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miércoles, 9 de junio de 2010

Accidentes y fetichismo

A todos los que manejamos seguramente nos sucedió, en alguna oportunidad, el hecho de quedar atorados en una autopista. Más de una vez, en estas vías supuestamente más rápidas para movilizarse, nos trabamos auto contra auto a lo largo de varios kilómetros demorándose así nuestro viaje más de la cuenta.
El motivo más frecuente de estos embotellamientos son los accidentes viales, tales como los choques o, simplemente, la rotura de algún vehículo. Cuando estos bloquean algún carril de la autovía, es absolutamente normal que el tránsito se haga más lento, se entorpezca.
Sin embargo sucede, en la gran mayoría de los casos, que el accidente no produce ningún bloqueo: los vehículos que intervinieron en el siniestro están a un costado de la vía, en la banquina o, a veces, ya arriba de una grúa. Incluso en algún carril del sentido contrario al nuestro. En todos estos casos, el atasco es en realidad resultado de los impertinentes curiosos que desean, morbosamente, “ver qué pasó”.
¿No les parece increíble que todo el tránsito se demore a causa de personas que, simplemente, tienen el fetiche de observar la desgracia ajena?
Realmente es ilógico que se generen más peligros (un embotellamiento puede generar aún más accidentes) por el solo hecho de poder ver lo que sucedió. Incluso, cuando el “interesantísimo” episodio no es más que una pinchadura de neumático.
Las personas que detienen su marcha para observar un accidente solamente piensan en sí mismas. No se preocupan por los tiempos de los demás ni por las posibilidades de generar otra desgracia. Tal vez sea que sienten una especie de alegría al contemplar la desgracia ajena, como una especie de catarsis propia del drama griego. Cualquiera sea el motivo, ninguno es suficientemente válido para justificar la egoísta actitud.
La cuestión está planteada, pero parecería no tener solución desde el lugar de toma de conciencia o de reglamentación vial. La solución debe llegar desde otro lugar: quizás desde la educación o desde la ética. En una sociedad en donde no hay valores claros, establecidos por alguna entidad con autoridad moral, es muy difícil que alguien comprenda la simplísima idea de que sus acciones deben ser tales que no perjudiquen a terceros.